miércoles, 19 de marzo de 2014

La despedida. Desde acá para ti hasta dónde estés

“El problema en el amor no es quitarse la ropa, sino quitarse el miedo”
“El amor es la única búsqueda donde, cuando uno, o una, según, encuentra, se pierde”

Del amor y esas cosas
Reflexiones de Don Durito de Lacandona

Ahí estabas tú: con tu cabello largo, tu coquetería de siempre y las prisas conocidas. Ahí estabas, mirándome, mirándonos, dándome algún tipo de instrucción institucional exprés porque estabas a punto de ir a comer. Ahí estábamos los dos sin saber que marcaríamos el inicio de una historia a partir de ese momento: a partir de ese 2008.

¿Qué historia? La que quizá nunca te conté hasta hoy con el alma necrológica y los pies encharcados. Esta historia entregada con el corazón y con las más puras y sinceras palabras. Esta historia que desde acá llamo mis miedos… mi verdad…


­­-- No me parece guapo -- solía decir yo cuando sobre la terraza ellas adulaban lo interesante y atractivo que era aquel hombre de ojos claros, barba tupida, sonrisa inquieta y piel transparente. Insistía: -- no me parece atractivo --…


Un día cualquiera tratando de controlar mi respiración después de una ardua carrera para evitar un retardo más, vi aquellos mismos ojos, esa misma barba, esa misma piel solo que al sentarme frente a él hubo algo más. Su mirada hizo que algo dentro de mí explotara, su cercanía provocó que mi piel se erizara y mi corazón intentara traspasar mi pecho. Él intentaba llamarme la atención por mi constante impuntualidad mientras yo grababa detalle a detalle ese momento que me regalaría infinitas alegrías pero también grandes tristezas.


Ahí estaba él con una camisa azul y una boina verde militar que adornaba su cabellera recién cortada. Ahí estaba yo: cuestionándome si era verdad el cúmulo de emociones sentidas. Ahí estaba yo con la piel chinita, las mejillas rojas y la cabeza incrédula de haber sentido un fuego ardiente al tocar su mano, un impulso arrebatador de lanzarme a él para robarle un abrazo. Ahí estaba yo cuestionándome qué me pasaba. Pronto supe que no debía hacerme ilusiones, pronto supe que esa piel le pertenecía a otra mujer.


Meses después tuve una semana crucial, mis amigos insistían porqué mi sonrisa se había apagado, porqué dejé de reír, incluso cantar. Lo que había resguardado hasta ese entonces como mi gran secreto, dejó de serlo, mis cercanos sabían que me había enamorado, cosa bastante curiosa que ellos lo supieran antes porque hasta ese momento algo dentro de mí se resistía a esa posibilidad.


Sola un domingo por la mañana -- intentado concentrarme como ahora -- el teléfono sonó: era él, llamando no para saber sobre mí, sino sobre sus programas que ese día estaban bajo mi responsabilidad. Si él al otro lado del teléfono hubiera visto lo grande que puede llegar a ser mi sonrisa, el brillo infinito de mis ojos y hubiera escuchado el retumbar de mi corazón al oír su voz, seguro se le hubiera subido el color a los cachetes y hubiera desviado la mirada… Ese día para mí no fue solo una llamada, ese día dejó de ser cualquiera: ese día yo sin saberlo me iba a enamorar profunda, infinita y alocadamente de ese hombre por más de una vez.


Sería aquel hombre el que me haría conocer el concepto de admiración hasta los huesos. Lo admiro no por ese cuerpo que me envuelve en un ardiente placer de deseos, lo admiro no por esa forma tan suya de hacer el amor y recorrer cada poro mío con su alma. No, no lo admiro por ello. Admiro a ese hombre que lucha por sus ideales, que deja el corazón por una causa justa y grita rebeldía ante la vida. Lo admiro porque no vende sus palabras, ni se deja comprar por todo el oro del mundo; el mismo que transmite paz cuando habla. Él que siendo un gran hombre, es el más humilde y sencillo ante mis ojos. Lo admiro por su inmensa verdad en la mirada, por su sinceridad y gran corazón. Admiro su inteligencia, su éxito (aunque él constantemente niegue tenerlos); admiro su locura, su paciencia. Porque se puede admirar sin amar pero lo contrario es imposible y yo a él lo amo profundamente.


Y quizá ha de preguntarse ¿cómo puede alguien decir que lo ama y criticar severamente lo que admira? ¿Cómo puedo negarme por principio a conocer la construcción de un mundo mejor? Porque sé que para él mucho de lo que entiende por amor pasa por ahí: por la lucha, la dignidad, el respeto, la igualdad.


¿Por qué lo hago? Por miedo, por inseguridad y por egoísmo. Porque no me asusta, ni me niego a la posibilidad que un día por elección vaya nuevamente allá, al corazón de la selva, a la punta de la montaña, a lugares donde nunca creyó que sus pies serían capaces de llevarlo. Lo que me aterra es la idea de pensar que su último aliento quedará con sus otr@s hermanos; y aunque él sea un hermano más que lucha con su autonomía , para mí ese hermano tiene nombre y apellido. Es por ello que la idea de perderlo me dobla, me duele, me quiebra tanto como ahora que dejamos de formar un nosotros.


Sí, mi pensamiento es muy egoísta y mi manera más cobarde de mostrarle ese miedo es atacando, intentando no que deje de ser lo que es, sino que no vaya a donde quiere ir. Y es por ello que cuando de su voz escucho que se puede ayudar y luchar sin necesidad de estar allá, cuando él insiste en formar mundos mejores a través de una cooperativa, él no sabe el alivio que inunda mi interior porque qué haría yo sin el hombre que me enseñó que el mundo es uno mismo y todos somos el mundo. El mismo que me gustó para futuro padre de los hijos que siempre me negué a tener. El hombre con quien soñé hacer una vida, una vejez. Y desde acá le pido perdón por ese sentir tan cobarde.


Quizá también querrá saber porqué le respondía mal cuando me hablaba, por qué intentaba tratarlo con indiferencia, por qué intentaba no prestarle atención, por qué me alejaba de él pero sobre todo por qué lo criticaba de manera constante… por qué sí, me dolía aún, porque no tuve la madurez que él para olvidar, para sanar. Porque esa era la forma más absurda de castigarlo, de reflejar mi sentimiento vivido meses atrás, porque nunca le hice cara a esa verdad, a ese dolor y solo la oculté como a un perro rabioso esperando saltar al menor descuido. Pero de algo sí estoy segura: esto que ya no quisimos (quiso) enfrentar no fue una constante en nuestra relación, no, fue a partir de aquel noviembre donde nos descubrimos engañados porque antes de ese onceavo construíamos la mañana al despertar, corrompíamos con dogmas cada espacio, inquietábamos a la noche con nuestro deseo mas carnal y erótico; antes de ese onceavo oxigenábamos el aire con nuestras palabras, desgarrábamos el velo del verano con nuestras risas; antes de ese onceavo éramos la mirada de siempre, la mirada de esa pareja que construía un nosotros, un todo.


Y hoy puedo entender que él me amaba de la manera más pura. Porque amar no es intentar convertir al otro en uno. Él me amó de la manera en la que nadie me había amado antes porque nunca quiso poner expectativas en mí como yo en él. Su amor tuvo la capacidad y disposición para permitir que yo fuera lo que elegí ser. También querrá saber por qué no tuve esa capacidad, porque él no se teme como yo. Porque él se conoce. Porqué él se ama. Porque carezco de esa seguridad en mí, porque no me siento importante, ni con intelecto, porque no reconozco lo que soy y por ello quizá tengo la necesidad de convertir a los demás en mí. A que los otros refuercen mí valor. Y al no estar segura de mí, tambaleaba, temía no poder seguir el hilo de una conversación con su círculo de amigos. Temía no estar a su nivel, no tener algo más que decir para él.  Sé que lo privé de su  individualidad. Y espero que no le resulte difícil entender que lo que me gusta de él son precisamente esos rasgos que nos diferenciaron desde un principio y que lo convierten en la persona que es.


Perdón le pido por no entender que él era un universo con sus propios gustos, con sus propias decisiones. Un universo que ha aprendido a lo largo del camino de acuerdo a su experiencia. Porque esas expectativas de las que hablo, ahora sé, que nunca debieron existir porque yo me enamoré de él tan cual es; y si intenté convertirlo en alguien más fue por aquella inseguridad mía, porque las parejas no estamos para cambiarnos sino para dejarnos ser y hacer juntos algo diferente. Porque no se trata de tener a alguien que haga lo que deseas, se trata de aceptar el libre albedrío del otro. Y ahora me pregunto por qué me empeñé en pasarla mal viendo lo que no hacía cuando pude pasarla bien y disfrutar lo que yo hacía a su lado. Porque después de todo no es que él no me quisiera.


Y con esta alma rota que escurre permanentemente a través de mis ojos, recordé sus palabras: “el amor no condiciona, deja ser, deja tomar decisiones” ¡Cuánta razón tenía! por eso, cuando él esté listo quiero invitarlo a arriesgarnos, a hablar, a desnudarnos, a hacernos vulnerables aunque sintamos que nos quebramos, porque los seres humanos fuimos hechos débiles para necesitarnos unos a otros y poder amarnos. Porque el amor no es mirar todo con los mismos ojos o no pelear nunca. El amor es la voluntad de volver a construir tras derrumbes, de renacer tras incendios, de salvarnos juntos. El amor es ver pasar el tiempo por nuestros rostros, por nuestros ojos, por nuestras manos pero nunca por nuestro inmenso amor.


Para mí nuestra separación es un proceso de duelo, una separación que me duele infinitamente, una separación que implica un trabajo individual para ambos, sin embargo, para mí esta ruptura no es sinónimo de fracaso o decepción es una oportunidad para valorarlo como nunca antes lo había hecho, una oportunidad para demostrarle no con promesas sino con actos lo nuevo que le puedo ofrecer porque ahora sé de mis errores. Porque quiero hacerle guerra a esta realidad. Quiero hacer con él lo que la primavera con los cerezos y encontrar en él la perfección que complemente mi imperfección.


Y hoy puedo decir que si aquel agosto cuando lo conocí recargado sobre un escritorio diciéndome: “cualquier duda que tengas pregúntale a Edna” alguien me hubieran dicho que iba a terminar alejándome de sus manos, de sus ojos, de su piel, de su amor, igual recorrería todo el camino completo para amarlo como lo amo, para esperar un sí, una oportunidad. Y si aquel momento no llega tendré entonces que nacer y existir de nuevo para valorar que está mejor sin mí que conmigo.


"Te espero cuando miremos al cielo de noche:
tú allá, yo aquí, añorando aquellos días
en los que un beso marcó la despedida,
quizás por el resto de nuestras vidas”


Benedetti

No hay comentarios:

Publicar un comentario